miércoles, 21 de julio de 2010

Cine y propaganda 1898: Batallas navales en una bañera

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La mayoría de los historiadores de cine consideran que el primer ejemplo de cine bélico es la película “The bring down. The spanish flag”, en 1898. Es obra de dos pioneros del cine americano, J. Stuart Blackton y Albert E. Smith. Blackton era un inmigrante inglés que trabajaba como reportero y dibujante en The New York World de Joseph Pulitzer. Fue enviado por el periódico a entrevistar a Edison en su laboratorio y al terminar había decidido abandonar su trabajo en el periódico, comprar una cámara a Edison y con su amigo Smith lanzarse al mundo del cine. Poco después de la declaración de guerra de Estados Unidos a España, en abril de 1898, Blackton y Smith rodaron una brevísima película que consistía en unas manos, probablemente las de Blackton, que arriaban una bandera española y que izaban después en el mismo mástil las barras y estrellas norteamericanas. Tuvo un gran éxito y llevó a Blackton y a Smith a rodar otras películas sobre la guerra. A ellos se atribuye la recreación de la batalla de la bahía de Santiago de Cuba, la gesta de Cervera, en una bañera con barcos de juguete, mientras que la mujer de Blackton hacía más realistas los efectos con el humo de un cigarrillo. Muy probablemente el público que asistió a la proyección de “The bank of Santiago Bay” creyó que lo que estaba viendo eran imágenes reales, tanto como para que el gobierno español mandara comprar una copia, con el fin de estudiar los posibles errores cometidos por su almirante, y conservarla como documento histórico.
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Thomas Edison y George Eastman

Parece ser que no fue ésta la única simulación para el cine de esta batalla. Dos autores cubanos se refieren a otra filmación simulada del mismo hecho realizada en Chicago y debida a Edward U. Amet cuyo título no conocemos. El historiador español Román Gubern, sin indicar la procedencia de su información, se refiere a ella: «Apenas se habían iniciado las operaciones militares y ya circulaban por América centenares de copias de documentales amañados en los estudios sobre la guerra hispano-yanqui. Entre los más famosos figuró el rodado en Chicago por Edward H. Amet, reproduciendo, con ayuda de maquetas en un estanque, la batalla naval del 3 de julio, en la bahía de Santiago, en la que la flota del almirante Cervera llevó la peor parte. Amet salvó con mucha naturalidad el escollo que representaba que el combate se hubiese desarrollado durante la noche, alegando con mucha seriedad que se había servido de una película «supersensible a la luz lunar» y de un teleobjetivo capaz de impresionar imágenes a diez kilómetros de distancia. La gente se tragó el anzuelo y se dice que el gobierno español llegó a adquirir, para sus archivos, una copia de tan «importante documento gráfico».
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Lo cierto es que se consideraba “natural” reconstruir hechos que no habían llegado a ser filmados, incluso con actores o figurantes, para ser presentados como si hubieran sido filmados en la realidad. Si bien la guerra de Cuba significó la creación y el éxito del periodismo amarillo norteamericano, en Europa la situación no era diferente y Georges Méliès presentó doce años más tarde “La coronación de Jorge V” en la Abadía de Westminster como si se tratara de un documental filmado en la verdadera ceremonia. Desde entonces y cada vez más fácilmente, los objetivos de las cámaras, a pesar de llevar un nombre tan fiable, son los mejores aliados del cine que quiere mentir.

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